CONTENIDO
ANDRÉS FRANCISCO REQUENA (1908-1952)
Los enemigos de la tierra:
La despedida
JUAN BOSCH (1909)
Cuentos escritos en el exilio:
La desgracia
La mañosa (V)
Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo:
Psicología de los dominicanos
PEDRO ANDRÉS PÉREZ CABRAL (1910-1982)
Jenjibre
RAFAEL HERRERA CABRAL (1912- 1994)
Vida dominicana:
Educación política
HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL (19 12-1979)
El pozo muerto:
Los trabajos y los días (cuarta parte) (1934)
De literatura dominicana siglo XX:
Cartas a Sergio
OSCAR ROBLES TOLEDANO (P.R. THOMPSON) (1912-1992)
El amanecer del Evangelio en América:
Colón. amor. amoríos
Buen navegante, mal gobernante
HILMA CONTRERAS (1913)
Entre dos silencios:
La espera
PEDRO MIR (1913)
Cuando amaban las tierras comuneras
RAMÓN MARRERO ARISTY (1913-1959)
Over (Segunda parte. 1)
FREDDY PRESTOL CASTILLO (1913-1981)
El Masacre se pasa a pie (capítulos 26 y 27)
ALFREDO FERNÁNDEZ
SIMÓ (19 15)
Guazábara
JOSÉ RIJO (1915-1992)
Floreo
CARLOS CURIEL (1916)
Semblanzas del siglo XX:
Nueva figura delictiva: criminalidad de «cuello blanco»
NÉSTOR CARO (191 7-1 983)
Cielo negro
JOSÉ MANUEL SANZ LAJARA (1917-1963)
El candado
AÍDA CARTAGENA PORTALAT~N (1918-1994)
Escalera para Electra:
Capítulo 22
Escena XIX
Tablero:
Mambní no fue a la guerra
GERMÁN EMILIO ORNES COISCOU (1919)
Editoriales de El Caribe:
Día de la libertad de prensa
El precio de la libertad
FREDDY GATÓN ARCE (1920-1994)
La guerrillera Sila Cuásar:
Dieciocho
Treinta
Treintiuno
MANUEL RUEDA (1921)
De tierra morena vengo.
Cinco temas sobre el hombre dominicano:
Perfiles del hombre dominicano
Papeles de Sara y otros relatos:
Papeles de Sara (1)
Una artista del pueblo
ANTONIO FERNÁNDEZ SPENCER (1922-1995)
A orillas del filosofar
De la tragedia a la filosofía
El predominio de lo colectivo
ÁNGEL HERNÁNDEZ ACOSTA (1922)
Este muerto no tiene credenciales
GEORGILIO MELLA CHAVIER (1923- 1988)
Vicente y la soledad (capítulo 4)
VIRGILIO DÍAZ GRULLÓN (1924)
Crónicas de Alto Cerro:
Círculo
RAMÓN LACAY POLANCO (1924-1985)
El extraño caso de Camelia Torres (novela)
RAMÓN FRANCISCO (1929)
De tierra morena vengo
Imágenes del hombre dominicano.
Macaraos del cielo. macaraos de la tierra .
El hombre, sus dioses, sus creencias:
Noches de vela o velaciones
Rosarios. promesas. resguardos y conjuros
JACINTO GIMBERNARD (1931)
Medalaganario (capítulo once)
MANUEL MORA SERRANO (1933)
Goeíza
ARMANDO ALMÁNZAR RODRÍGUEZ (1935)
Límite
CARLOS ESTEBAN DEIVE (1935)
Las devastaciones
MARCIO VELOZ MAGGIOLO (1936)
Los ángeles de hueso (capítulo 1)
La fértil agonía del amor
RENÉ DEL RISCO BERMÚDEZ (1937-1972)
En el barrio no hay banderas:
Ahora que vuelvo. Ton
FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX (1937)
La feria de las ideas
IVÁN GARCÍA (1938)
La guerra no es para nosotros:
El muerto dieciocho
DIÓGENES VALDEZ (1941)
El silencio del caracol
MIGUEL ALFONSECA (1942-1994)
El enemigo:
Delicatessen
ANTONIO LOCKWARD ARTILES (1943)
Hotel Cosmos
FRANK MOYA PONS (1944)
El pasado dominicano:
Sobre la oligarquía dominicana
PEDRO VERGÉ (1945)
Sólo cenizas hallarás (bolero):
Altagracia Valle, Viuda de Nogueras . Septiembre de 1962 339
JOSÉ ALCÁNTARA ALMÁNZAR (1946)
La carne estremecida:
El zurdo
ANDRÉS L . MATE0 (1946)
Pisar los dedos de Dios:
Mayía
Jacinto Crespo
ROBERTO MARCALLÉ ABREU (1948)
Las dos muertes de José Inirio:
Las pesadillas del verano
ARTURO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ (1948)
Espectador de la nada:
La mujer de papel
RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO (1950)
Su nombre. Julia
PEDRO PEIX (1952)
La noche de los buzones blancos:
Los hitos
ÁNGELA HERNÁNDEZ NUÑEZ (1954)
Masticar una rosa
martes, 27 de agosto de 2019
miércoles, 21 de agosto de 2019
Diccionario biográfico de los Restauradores de la Repùblica-Rafael Chaglub Mejìa, pdf, descarga gratis
Los orígenes de esta obra son remotos, y puede decirse que ella empezó a nacer hace más de 33 años. Corrían los tiempos trágicos de la dictadura balaguerista de los doce años. Al cabo de años de constante persecución y de lucha clandestina, a fines de enero de 1974, fui a parar a la cárcel de La Victoria y como sabía que la prisión que me esperaba sería larga, me dispuse a ganarle la batalla al abatimiento y a la ociosidad y, aparte de las materias que los presos políticos de entonces estudiábamos colectivamente, organicé mi propio programa de estudio de la historia patria.
El primer año y medio de mi encierro lo pasé estudiando historia principalmente. Con letra pequeña y apretujada, comencé a hacer fichas con datos e informaciones de acontecimientos y personajes que despertaban mi interés. Sin pensar ni mucho menos en escribir alguna vez una obra biográfica, guardaba mis fichas en orden alfabético en un archivito plástico que me llevó mi esposa Dulce, con el fin de consultarlas cuando fuera del caso en el futuro. Clandestinamente, mis fichas salieron de la cárcel y tras de ellas, salí yo. Las guardé conmigo, por décadas enteras, en el mismo archivito hasta que un consejo de mi camarada y amigo Manuel Salazar, hizo que esas viejas fichas recobraran vida y multiplicaran su valor.
Hace ya más de un año, él me recomendó escribir un Diccionario como éste. Usted puede hacerlo–, me dijo Manuel, con la confianza que siempre me ha tenido y la sinceridad con que por años me ha tratado. Así recibí el estímulo y la orientación que me faltaban, y de una vez puse manos a la obra.
Volví a las viejas notas. Les añadí las que había acumulado en mis estudios de historia de estos años, y las aportadas por las nuevas investigaciones y consultas. Para ello he contado con distintas fuentes, y muy principalmente, con las obras escritas por los historiadores nacionales. He caminado tras las huellas y, como quien dice, en los hombros de ellos y debo reconocer con honradez y gratitud la herencia que han dejado. Sin embargo, al estudiar esos interesantes textos, se choca también con algunos inconvenientes que dificultan la precisión del dato. Mientras en una obra se dice, por ejemplo, que un personaje nació en determinado lugar, en otra se le ubica como nacido en un lugar distinto. Lo mismo sucede con la fecha de su venida al mundo y la de su muerte. Esta es una dificultad real, pero tengo para mí que en ese sentido hay que ser comedido y no exigir demasiado. Porque si aún hoy, con todos los avances de la comunicación y la tecnología, hay familias enteras, millares de dominicanos, sin la documentación oficial correspondiente y, en el mejor de los casos, con esa documentación pero con datos equivocados; piénsese en lo que ocurría siglo y medio atrás en aquello de llevar un adecuado registro de cada ciudadano.
Otra cosa. Es de rigor que al hacer la biografía de un personaje, se le ubique con la objetividad mayor posible en las circunstancias históricas en que actuó. En este caso, la Guerra de Restauración librada entre 1863 y 1865. Pero una biografía no ofrece mucho margen para esto, porque se corre el riesgo de que por extenderse en el análisis del momento histórico, se rompa el hilo del tratamiento al personaje mismo. Por eso, el procedimiento que he seguido en esta obra ha sido el de darle espacio al análisis tan sólo al manejar las biografías de determinadas figuras representativas de ese período histórico.
A la Guerra de Restauración propiamente dicha, he pretendido tratarla como la guerra del pueblo que realmente fue. Como la acción histórica de un pueblo pequeño y pobre que en un rincón sin nombre del planeta se batió a muerte y le ganó la guerra a una de las más crueles y poderosas potencias coloniales de aquel tiempo. España se quitó el respeto a sí misma, al pretender reimponer su reino en esta tierra, y los dominicanos le aceptaron el reto.
Durante siglos, al dominicano se le dijo que a España debía llamársele la Madre Patria y a lo español debía guardársele una inexplicable y misteriosa adoración. Nuestro pueblo se sacudió de ese pesado lastre cultural. Se empinó sobre el baluarte de su propio sentimiento nacional, venció el miedo que las fuerzas ocupantes quisieron sembrar con sus atrocidades, y a fuerza de coraje, habilidad política y sorprendente destreza militar, ese pueblo pequeño y los jefes que surgieron de su vientre, en buena lid le ganaron la guerra al invasor. A machete limpio sacaron a los españoles de la tierra firme, los forzaron a recogerse en algunos puertos marítimos y al fin, por ahí se hicieron los barcos a la mar con su triste carta de colonialistas derrotados. Este elemento de valor siempre actual y permanente lo destaco en la obra en cada momento que lo entiendo oportuno, como un estímulo al fortalecimiento del sentimiento nacional y la dominicanidad.
Igualmente, cabe reiterar que en su guerra de liberación, el pueblo dominicano se bastó por sí mismo y venció apoyado principalmente en su propia fuerza. Contó con la ayuda fundamental de Haití.
Pero fuera de ahí, puede decirse que luchó y venció solo, con su onda de David, frente al gigante. La ayuda de Europa se limitó a las simpatías diplomáticas que por su rivalidad con España, le dispensó Inglaterra a los dominicanos; estos tuvieron también a su favor las presiones ejercidas por grupos políticos de Madrid, que entendían que nuestra tierra era tan poco importante, que no valía el derroche de vidas y recursos que España estaba consumiendo en conservarla. En Estados Unidos, el presidente Lincoln estaba muy ocupado en los negocios de su propia guerra, y se limitó a una cortés expresión de sus valiosas simpatías con la causa dominicana. Y las diligencias que se hicieron en Suramérica tampoco dieron los resultados deseados.
En cambio, no fueron pocos los extranjeros que, en bellísimo gesto de hermandad internacionalista, pelearon por los dominicanos como si República Dominicana hubiese sido su propia patria. Colombianos, haitianos, venezolanos, isleños, norteamericanos, alemanes, ingleses, españoles residentes en el país, e incluso algunos españoles que vinieron como soldados invasores, los encontrará el lector con nombres y apellidos en estas páginas. Como se lo merecen.
El que escribe la historia no puede ni mucho menos tratar de corregirla ni de modificar lo que pasó. Es inútil y tampoco eso va acorde con la ciencia. Por tanto, en vez de meterme en pleitos estériles con los personajes biografiados, he querido presentarlos como fueron, como el producto social de su medio y de su tiempo. Hombres perfectos no los hay ni los habrá nunca, como nunca ha habido ni podrá haber pueblos perfectos. Así que, sin abandonar el sentido crítico, ni el rigor de la apreciación de cada hecho y cada personaje, sin pretender mantener un equilibrio sin principios, escribir una historia “imparcial y seria”, ni lavar manchas históricas de nadie, tampoco he pretendido decirles hoy a los restauradores, lo que ellos debieron o no debieron hacer cuando hace más de siglo y medio, hicieron la historia del país y la historia de ellos mismos.
Antes del párrafo final valga una necesaria aclaración. Cada maestro tiene su librito, se dice comúnmente entre nosotros. Y yo, aún sin ser maestro, tengo también mis propias reglas al escribir. No me gusta hacer las citas y mandar al lector a buscar las fuentes en notas al pie de la página ni al final del libro. Ese sistema no me parece del gusto del lector y por eso, mi norma es otra. Cito las cosas que entiendo pertinentes, me ocupo escrupulosamente de ponerlas en itálicas y ahí, en el mismo renglón, señalar la procedencia y el autor del cual tomo la cita. Esa norma la sigo en esta obra y me parece que resultará más funcional y cómoda al lector.
Basta por ahora, y me resta nada más darle las Gracias sinceras al Banco de Reservas en la persona de su Administrador General, licenciado Daniel Toribio, porque con su respaldo y su confianza ha hecho posible el nacimiento de esta obra, que empezó a escribirse sin saber el autor que la escribía, hace ya más de 33 años, en la angustiosa realidad de la prisión injusta.
RAFAEL CHALJUB MEJÍA
El primer año y medio de mi encierro lo pasé estudiando historia principalmente. Con letra pequeña y apretujada, comencé a hacer fichas con datos e informaciones de acontecimientos y personajes que despertaban mi interés. Sin pensar ni mucho menos en escribir alguna vez una obra biográfica, guardaba mis fichas en orden alfabético en un archivito plástico que me llevó mi esposa Dulce, con el fin de consultarlas cuando fuera del caso en el futuro. Clandestinamente, mis fichas salieron de la cárcel y tras de ellas, salí yo. Las guardé conmigo, por décadas enteras, en el mismo archivito hasta que un consejo de mi camarada y amigo Manuel Salazar, hizo que esas viejas fichas recobraran vida y multiplicaran su valor.
Hace ya más de un año, él me recomendó escribir un Diccionario como éste. Usted puede hacerlo–, me dijo Manuel, con la confianza que siempre me ha tenido y la sinceridad con que por años me ha tratado. Así recibí el estímulo y la orientación que me faltaban, y de una vez puse manos a la obra.
Volví a las viejas notas. Les añadí las que había acumulado en mis estudios de historia de estos años, y las aportadas por las nuevas investigaciones y consultas. Para ello he contado con distintas fuentes, y muy principalmente, con las obras escritas por los historiadores nacionales. He caminado tras las huellas y, como quien dice, en los hombros de ellos y debo reconocer con honradez y gratitud la herencia que han dejado. Sin embargo, al estudiar esos interesantes textos, se choca también con algunos inconvenientes que dificultan la precisión del dato. Mientras en una obra se dice, por ejemplo, que un personaje nació en determinado lugar, en otra se le ubica como nacido en un lugar distinto. Lo mismo sucede con la fecha de su venida al mundo y la de su muerte. Esta es una dificultad real, pero tengo para mí que en ese sentido hay que ser comedido y no exigir demasiado. Porque si aún hoy, con todos los avances de la comunicación y la tecnología, hay familias enteras, millares de dominicanos, sin la documentación oficial correspondiente y, en el mejor de los casos, con esa documentación pero con datos equivocados; piénsese en lo que ocurría siglo y medio atrás en aquello de llevar un adecuado registro de cada ciudadano.
Otra cosa. Es de rigor que al hacer la biografía de un personaje, se le ubique con la objetividad mayor posible en las circunstancias históricas en que actuó. En este caso, la Guerra de Restauración librada entre 1863 y 1865. Pero una biografía no ofrece mucho margen para esto, porque se corre el riesgo de que por extenderse en el análisis del momento histórico, se rompa el hilo del tratamiento al personaje mismo. Por eso, el procedimiento que he seguido en esta obra ha sido el de darle espacio al análisis tan sólo al manejar las biografías de determinadas figuras representativas de ese período histórico.
A la Guerra de Restauración propiamente dicha, he pretendido tratarla como la guerra del pueblo que realmente fue. Como la acción histórica de un pueblo pequeño y pobre que en un rincón sin nombre del planeta se batió a muerte y le ganó la guerra a una de las más crueles y poderosas potencias coloniales de aquel tiempo. España se quitó el respeto a sí misma, al pretender reimponer su reino en esta tierra, y los dominicanos le aceptaron el reto.
Durante siglos, al dominicano se le dijo que a España debía llamársele la Madre Patria y a lo español debía guardársele una inexplicable y misteriosa adoración. Nuestro pueblo se sacudió de ese pesado lastre cultural. Se empinó sobre el baluarte de su propio sentimiento nacional, venció el miedo que las fuerzas ocupantes quisieron sembrar con sus atrocidades, y a fuerza de coraje, habilidad política y sorprendente destreza militar, ese pueblo pequeño y los jefes que surgieron de su vientre, en buena lid le ganaron la guerra al invasor. A machete limpio sacaron a los españoles de la tierra firme, los forzaron a recogerse en algunos puertos marítimos y al fin, por ahí se hicieron los barcos a la mar con su triste carta de colonialistas derrotados. Este elemento de valor siempre actual y permanente lo destaco en la obra en cada momento que lo entiendo oportuno, como un estímulo al fortalecimiento del sentimiento nacional y la dominicanidad.
Igualmente, cabe reiterar que en su guerra de liberación, el pueblo dominicano se bastó por sí mismo y venció apoyado principalmente en su propia fuerza. Contó con la ayuda fundamental de Haití.
Pero fuera de ahí, puede decirse que luchó y venció solo, con su onda de David, frente al gigante. La ayuda de Europa se limitó a las simpatías diplomáticas que por su rivalidad con España, le dispensó Inglaterra a los dominicanos; estos tuvieron también a su favor las presiones ejercidas por grupos políticos de Madrid, que entendían que nuestra tierra era tan poco importante, que no valía el derroche de vidas y recursos que España estaba consumiendo en conservarla. En Estados Unidos, el presidente Lincoln estaba muy ocupado en los negocios de su propia guerra, y se limitó a una cortés expresión de sus valiosas simpatías con la causa dominicana. Y las diligencias que se hicieron en Suramérica tampoco dieron los resultados deseados.
En cambio, no fueron pocos los extranjeros que, en bellísimo gesto de hermandad internacionalista, pelearon por los dominicanos como si República Dominicana hubiese sido su propia patria. Colombianos, haitianos, venezolanos, isleños, norteamericanos, alemanes, ingleses, españoles residentes en el país, e incluso algunos españoles que vinieron como soldados invasores, los encontrará el lector con nombres y apellidos en estas páginas. Como se lo merecen.
El que escribe la historia no puede ni mucho menos tratar de corregirla ni de modificar lo que pasó. Es inútil y tampoco eso va acorde con la ciencia. Por tanto, en vez de meterme en pleitos estériles con los personajes biografiados, he querido presentarlos como fueron, como el producto social de su medio y de su tiempo. Hombres perfectos no los hay ni los habrá nunca, como nunca ha habido ni podrá haber pueblos perfectos. Así que, sin abandonar el sentido crítico, ni el rigor de la apreciación de cada hecho y cada personaje, sin pretender mantener un equilibrio sin principios, escribir una historia “imparcial y seria”, ni lavar manchas históricas de nadie, tampoco he pretendido decirles hoy a los restauradores, lo que ellos debieron o no debieron hacer cuando hace más de siglo y medio, hicieron la historia del país y la historia de ellos mismos.
Antes del párrafo final valga una necesaria aclaración. Cada maestro tiene su librito, se dice comúnmente entre nosotros. Y yo, aún sin ser maestro, tengo también mis propias reglas al escribir. No me gusta hacer las citas y mandar al lector a buscar las fuentes en notas al pie de la página ni al final del libro. Ese sistema no me parece del gusto del lector y por eso, mi norma es otra. Cito las cosas que entiendo pertinentes, me ocupo escrupulosamente de ponerlas en itálicas y ahí, en el mismo renglón, señalar la procedencia y el autor del cual tomo la cita. Esa norma la sigo en esta obra y me parece que resultará más funcional y cómoda al lector.
Basta por ahora, y me resta nada más darle las Gracias sinceras al Banco de Reservas en la persona de su Administrador General, licenciado Daniel Toribio, porque con su respaldo y su confianza ha hecho posible el nacimiento de esta obra, que empezó a escribirse sin saber el autor que la escribía, hace ya más de 33 años, en la angustiosa realidad de la prisión injusta.
RAFAEL CHALJUB MEJÍA
miércoles, 14 de agosto de 2019
Gregorio Luperon e Historia de la Restauración- Manuel Rodríguez Objìo, pdf, descarga gratis
SANTO DOMINGO, el 18 de abril de 1871, el Gobierno
del Presidente Buenaventura Báez fusiló al escritor y político, general
Manuel de Jesús Rodríguez Objío.
Había sido arrestado el 16 de marzo de 1871, luego de formar parte de un levantamiento contra el Gobierno de Buenaventura Báez, en la comunidad de El Pino, Sabaneta.
De inmediato fue trasladado a la ciudad de Santo Domingo, por el general Juan Gómez, para ser fusilado el 18 de abril de 1871.
Manuel Rodríguez Objío se había unido a un plan del general Gregorio Luperón para derrocar al Gobierno de Buenaventura.
Encabezó una insurrección que entró al territorio nacional desde Haití, pero los hombres de Rodríguez fueron derrotados en un combate escenificado en El Pino, Sabaneta, hoy Santiago Rodríguez.
Rodríguez Objío, tras llegar a la ciudad de Santo Domingo fue fusilado el 18 de abril de 1871.
Manuel Rodríguez Objío había nacido en la ciudad de Santo Domingo, el 19 de diciembre de 1838.
Cursó estudio en el Colegio San Buenaventura. Entre sus profesores se encontraban Alejandro Angulo Guridi y el sacerdote Caspar Hernández.
La Restauración fue un movimiento popular y nacionalista que mediante la guerra revolucionaria, devolvió a la República Dominicana su independencia, el 3 de marzo de 1865.
Como resultado de esta solicitud, llegó a Santo Domingo el general español Gutiérrez de Rubalcaba para estudiar la situación y rendir un informe, el cual fue favorable a la petición de anexión y Santana procedió a someter las bases en que debía apoyarse la anexión, las cuales especificaban lo siguiente:
Había sido arrestado el 16 de marzo de 1871, luego de formar parte de un levantamiento contra el Gobierno de Buenaventura Báez, en la comunidad de El Pino, Sabaneta.
De inmediato fue trasladado a la ciudad de Santo Domingo, por el general Juan Gómez, para ser fusilado el 18 de abril de 1871.
Manuel Rodríguez Objío se había unido a un plan del general Gregorio Luperón para derrocar al Gobierno de Buenaventura.
Encabezó una insurrección que entró al territorio nacional desde Haití, pero los hombres de Rodríguez fueron derrotados en un combate escenificado en El Pino, Sabaneta, hoy Santiago Rodríguez.
Rodríguez Objío, tras llegar a la ciudad de Santo Domingo fue fusilado el 18 de abril de 1871.
Manuel Rodríguez Objío había nacido en la ciudad de Santo Domingo, el 19 de diciembre de 1838.
Cursó estudio en el Colegio San Buenaventura. Entre sus profesores se encontraban Alejandro Angulo Guridi y el sacerdote Caspar Hernández.
La Restauración fue un movimiento popular y nacionalista que mediante la guerra revolucionaria, devolvió a la República Dominicana su independencia, el 3 de marzo de 1865.
La Restauración fue un movimiento
popular y nacionalista que mediante la guerra Revolucionaria, devolvió a
la República Dominicana su independencia. La base social de ese
movimiento estaba constituida, fundamentalmente por campesinos, la
gurgucia urbana. Estas clases enarbolaron la bandera del Republicanismo
democrático como representantes del progreso económico Social y Político
en su época histórica.
La Restauración fue además el mayor
movimiento armado que conoció el país en toda su existencia, a partir
incluso de los tiempos coloniales.
El 16 de agosto, los dominicanos
conmemoran otro aniversario del inicio de los actos bélicos, que
desataron la guerra domínico-española, por la restauración de la
República Dominicana, que había sido proclamada el 27 de febrero de
1844, pero desde su fundación estuvo amenazada por las luchas intestinas
de sus fundadores y otros que aún siendo acabados de llegar, ejercieron
un protagonismo y una presión tan deliberante, que terminaron
desplazando a los más sacrificados por la patria.
El proceso de la anexión a España fue largo, ya que se acompañó de proyectos y gestiones como las que encabezaron Buenaventura Báez en 1846 y 1857, Mella y Felipe Alfaú en 1853.
Ya para 1860 la anexión a España comienza a germinar, a raíz de una larga exposición que escribió Pedro Santana a la reina Isabel II.
En esa carta Santana fundamenta la solicitud, señalando entre otras
cosas, que el hecho de tener el mismo origen, religión y costumbres “nos
inclinan a desear encontrar esa estabilidad en una más perfecta unión
con la que fue nuestra madre patria que la que existe y seguramente nos
presentará mejor oportunidad que las que ofrecen hoy las
circunstancias”.Como resultado de esta solicitud, llegó a Santo Domingo el general español Gutiérrez de Rubalcaba para estudiar la situación y rendir un informe, el cual fue favorable a la petición de anexión y Santana procedió a someter las bases en que debía apoyarse la anexión, las cuales especificaban lo siguiente:
- El respeto a la libertad individual y al principio de no esclavitud.
- Que el territorio dominicano fuera considerado como una provincia española y como tal, disfrutará de los derechos correspondientes.
- La utilización del mayor número de hombres, especialmente los del ejército, que desde 1844 habían prestado importantes servicios a la patria.
- La amortización del papel moneda circulante, como una de las primeras medidas.
- El reconocimiento y validez de los actos gubernamentales, ocurridos en el país desde 1844.
El descontento de muchos nativos que se
oponían a la anexión, nunca se apagó y por el contrario, todas las
medidas y accionar de los españoles, contribuían a incrementar el
sentimiento patrio y muy pronto comenzaron los focos de resistencia que
luchaban por el retorno a la vida republicana, que con sus virtudes y
defectos, garantizaba por lo menos un mínimo de libertades e igualdad
entre los ciudadanos.
España en ningún momento cumplió con los
acuerdos que fundamentaban la anexión y las medidas económicas y
represivas en contra de la población, no sólo traspasó lo administrativo
y militar, sino que también volvieron medidas esclavistas y raciales,
donde hasta la Iglesia Católica desconocía a los sacerdotes dominicanos.
Se fueron desatando varios movimientos
tendentes a expulsar a los españoles y restablecer la república, como el
levantamiento en Moca dirigido por José Contreras, el movimiento de la
Regeneración Dominicana y el asalto de Neyba, ocurrido en febrero de
1863, dirigido por Cayetano Velásquez, también el día 21 de febrero de
ese mismo año, Santiago Rodríguez encabezó un movimiento que culminó con
el levantamiento y toma de Guayubin, donde los dominicanos
sorprendieron la guarnición española y convirtieron toda la región
noroeste en un bastión importante de la resistencia, ya que lograron el
levantamiento de varias comunidades.
El estado de sitio, los apresamientos y
fusilamientos emprendidos por los españoles, acrecentaron aún más las
luchas de los restauradores y el amanecer del 16 de agosto de 1863, fue
fiel testigo del ataque a Santiago, por hombres encabezados por Benito
Monción, Gaspar Polanco, Benigno Filomeno Rojas, Cayetano Germosén, Olegario Tenarez, Eugenio Miches y Gregorio Luperón, entre otros.
Mientras que otro grupo encabezado por Santiago Rodríguez, Pedro Antonio Pimentel, José Antonio Salcedo, Lucas Evangelista de Peña y Federico de Jesús García,
entre otros, enarboló la insignia tricolor, símbolo del pabellón
dominicano, en el cerro de Capotillo, en la hoy provincia de Dajabón.
El movimiento restaurador abarcó a todos
los sectores en los diferentes aspectos sociales, políticos y
militares, en los que también podemos destacar la ayuda económica y
bélica, de países como Venezuela y Haití.
Para finales del año 1864, ya el
movimiento restaurador abarcaba todo el territorio dominicano, bajo el
criterio de que la República todavía existía y bajo la consigna de
“Libertad o Muerte” y “Guerra a Muerte Contra el Colonialismo Español y
los Traidores a la Patria”.
Al comenzar el año de 1865, Geffrard, el
presidente de Haití, envió un comisionado para mediar en la guerra y en
los intercambios de prisioneros, que ya se había iniciado entre
comisionados españoles y restauradores, así como el acuartelamiento y
ubicación de todas las tropas españolas.
El día 3 de marzo de 1865, el gobierno
español emitió el “Real decreto” que determinó el abandono por parte de
España, del territorio dominicano y anulando el pacto de anexión.
Las tropas españolas iniciaron el
proceso de evacuación el día 10 de julio de 1865, iniciándose así la
segunda república bajo el mando de Pedro Antonio Pimentel, quien había
sustituido a la Junta Central Gubernativa, el primero de marzo.
viernes, 9 de agosto de 2019
EPISTOLARIO INTIMO TOMO I, Pedro Henrìquez Ureña, pdf, descarga gratis
Este
epistolario contiene la correspondencia que durante toda una vida se
cruzó entre Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, dos glorias de
las letras y del pensamiento hispanoamericanos en nuestro siglo. El
primero desplegó las alas de su saber por las Américas y por
España. El segundo también escribió y vivió por las Américas
ypor Europa.
Don
Pedro fue y es una gloria para la República Dominicana, su país
natal, pues en todos los mundos de habla hispánica se le venera. Don
Alfonso fue y es una gloria en el firmamento literario de México.
Estos
dos hombres mantuvieron una estrecha amistad fraternal desde que
se conocieron en 1906; cuando Pedro, un jovencito, pero con una
reputación literaria y un bagaje de experiencia ya, llegó a México;
y Alfonso, todavía un adolescente, lo acogió como su mentor, no
solamente su mentor literario sino también su confidente y
consejero.
Estas
cartas revelan el desarrollo de esa amistad: lo profundo, lo cándido,
lo íntimo del diálogo que mantuvieron separados fue igual al
intercambio personal que mantenían cuando coincidían en cualquiera
de
los sitios en que ambos vivieron durante su continuo errar por
diversos continentes y países.
Nuestro
propósito es presentar este fascinante epistolario en orden
cronológico, a fin de seguir estas dos vidas paso a paso siempre que
estuvieron separados, pues cuando estaban en el mismo lugar no había
correspondencia y tenemos que imaginarnos el curso que seguiría su
diálogo.
Las
personalidades de ambos se delinean admirablemente a través de sus
cartas, y bien se puede palpar el ambiente literario, político y
social del México de su época juvenil, y más tarde su ambiente en
España, Estados Unidos y, finalmente, en la América Latina en
general y La Argentina en particular, sitios todos donde vivieron uno
u otro, o ambos al mismo tiempo.
En
los primeros tiempos de su amistad don Pedro era, al llegar a México,
ya un joven de marcada cultura, habiendo vivido y escrito en su Santo
Domingo natal, en New York y en La Habana. Don Alfonso, por el
contrario, era cuatro o cinco años más joven y
lo adoptó como su protegido. Así se estableció ese lazo de íntima
amistad entre ellos que duró toda la vida.
En
las cartas de esa primera época aparecen repetidas veces los nombres
de los compañeros del grupo literario que se unió alrededor de
Pedro. También aparecen las diversas actividades y múltiples
inquietudes de los mismos.
Cuando
la situación política en México los obligó a salir del país,
Alfonso se fue a Europa y Pedro acabó por irse a los Estados Unidos.
Durante el año de 1914 su correspondencia fue más que nunca
voluminosa. Hacia 1917 pudieron juntarse nuevamente cuando don Pedro
pasó el verano en Madrid con don Alfonso, y más tarde, del 1919 al
1920, vivió don Pedro en Madrid. Después
pasó mucho tiempo para que volvieran a juntarse, pero siempre les
unió su nutrida correspondencia.
Muchos
años más tarde, cuando don Alfonso era Embajador de México en
Buenos Aires, se juntaban con frecuencia él y don Pedro con el
filósofo argentino Francisco Romero, y esa trilogía de pensadores
sostenían un seminario sobre el presente y el futuro de
Hispano-América, fue la preocupación suprema de Pedro Henríquez
Ureña.
Seguiremos,
leyendo este epistolario, las carreras de estos dos hombres paso a
paso, sus carreras y también sus vidas: sus intimidades, y también
sus luchas por el triunfo en la carrera literaria.
Juan
Jacobo de Lara.
sábado, 3 de agosto de 2019
Carnavá -(Novela)- Angel Atila Hernández Acosta, pdf descarga gratis
Es una novela que relata la historia verídica del general cimarrón Lucas Evangelista de Sena, alias Lucas Merongo, o Lucas Cajnavá. Un hombre valiente de los predios del sur que se convirtió en leyenda. Nos conduce de la mano para conocer los vericuetos de caminos vecinales de la República Dominicana, de manera que nos familiariza con su geografía. (Fuente Lily Cassá
Angel Atila Hernández Acosta nació el 2 de Febrero de 1922, hijo de Don Saturnino Hernández Méndez y de Doña Luciana Acosta Vargas.
Sus estudios primarios los realizó en Neyba. A nivel secundario, los hizo en las escuelas normales de Barahona y Azua.
Fue alumno de los consagrados profesores Zoraida Medina, Luis Felipe González, Patria Leyba y Jesús María Pérez (Chuchú).
E n 1954 recibió el título de Doctor en Derecho en la Universidad de Santo Domingo.
Es miembro del Ateneo Dominicano, de la Sociedad Cultural Luz, y el Casino "Unión Neybera", Inc., estas dos últimas organizaciones pertenecientes a su ciudad natal.
Escritos suyos en verso y prosa de corte literario, han sido dados a la luz pública a través de importantes periódicos y revistas regionales y nacionales. Dentro de los mismos, se puede señalar Luz y Acción (Las Matas de Farfán), Ecos de Cachimán (Elías Piña), Páginas Banilejas, La Hora (Azua), Santomé ( San Juan de la Maguana), los periódicos barahoneros El Momento, La Crónica y Palas; El Rodeo (Neyba), las revistas cubanas Carteles y Perfil Poético. Además, los diarios de circulación nacional El Caribe, El Nacional, La Nación y Listín Diario, y la Revista Semanal ;Ahora! Fue Director-fundador en 1959 del periódico local "Cambronal".
En 1952 obtuvo el tercer lugar en el Concurso Nacional, que para la época auspiciaba l a Secretaría de Estado de Educación, con el cuento "EL Gallo".
En 1955 obtuvo el ler. lugar en el concurso literario auspiciado por la revista Epoca (actual ;Ahora!), con el cuento "Cañamaca".
Ha desempeñado diferentes cargos públicos, generalmente dentro de su profesión de abogado, entre los cuales figuran Juez de Paz, Fiscalizador, Síndico ~Zlunicipul. Procurador Fiscal, Juez de Primera Instancia, Diputado, Gobernador Civil, Embajador Adscrito a la Secretaría de Relaciones Exteriores y encargado del Departamento Jurídico de la misma Cartera; Subsecretario de Estado de Interior y Policía, y Ayudante Civil del Presidente de la República.
Es autor de Cocktail de Escenas (1938); Tierra Blanca (1952) y Otra Vez la Noche (1972).
Angel Atila Hernández Acosta nació el 2 de Febrero de 1922, hijo de Don Saturnino Hernández Méndez y de Doña Luciana Acosta Vargas.
Sus estudios primarios los realizó en Neyba. A nivel secundario, los hizo en las escuelas normales de Barahona y Azua.
Fue alumno de los consagrados profesores Zoraida Medina, Luis Felipe González, Patria Leyba y Jesús María Pérez (Chuchú).
E n 1954 recibió el título de Doctor en Derecho en la Universidad de Santo Domingo.
Es miembro del Ateneo Dominicano, de la Sociedad Cultural Luz, y el Casino "Unión Neybera", Inc., estas dos últimas organizaciones pertenecientes a su ciudad natal.
Escritos suyos en verso y prosa de corte literario, han sido dados a la luz pública a través de importantes periódicos y revistas regionales y nacionales. Dentro de los mismos, se puede señalar Luz y Acción (Las Matas de Farfán), Ecos de Cachimán (Elías Piña), Páginas Banilejas, La Hora (Azua), Santomé ( San Juan de la Maguana), los periódicos barahoneros El Momento, La Crónica y Palas; El Rodeo (Neyba), las revistas cubanas Carteles y Perfil Poético. Además, los diarios de circulación nacional El Caribe, El Nacional, La Nación y Listín Diario, y la Revista Semanal ;Ahora! Fue Director-fundador en 1959 del periódico local "Cambronal".
En 1952 obtuvo el tercer lugar en el Concurso Nacional, que para la época auspiciaba l a Secretaría de Estado de Educación, con el cuento "EL Gallo".
En 1955 obtuvo el ler. lugar en el concurso literario auspiciado por la revista Epoca (actual ;Ahora!), con el cuento "Cañamaca".
Ha desempeñado diferentes cargos públicos, generalmente dentro de su profesión de abogado, entre los cuales figuran Juez de Paz, Fiscalizador, Síndico ~Zlunicipul. Procurador Fiscal, Juez de Primera Instancia, Diputado, Gobernador Civil, Embajador Adscrito a la Secretaría de Relaciones Exteriores y encargado del Departamento Jurídico de la misma Cartera; Subsecretario de Estado de Interior y Policía, y Ayudante Civil del Presidente de la República.
Es autor de Cocktail de Escenas (1938); Tierra Blanca (1952) y Otra Vez la Noche (1972).
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