Este
epistolario contiene la correspondencia que durante toda una vida se
cruzó entre Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, dos glorias de
las letras y del pensamiento hispanoamericanos en nuestro siglo. El
primero desplegó las alas de su saber por las Américas y por
España. El segundo también escribió y vivió por las Américas
ypor Europa.
Don
Pedro fue y es una gloria para la República Dominicana, su país
natal, pues en todos los mundos de habla hispánica se le venera. Don
Alfonso fue y es una gloria en el firmamento literario de México.
Estos
dos hombres mantuvieron una estrecha amistad fraternal desde que
se conocieron en 1906; cuando Pedro, un jovencito, pero con una
reputación literaria y un bagaje de experiencia ya, llegó a México;
y Alfonso, todavía un adolescente, lo acogió como su mentor, no
solamente su mentor literario sino también su confidente y
consejero.
Estas
cartas revelan el desarrollo de esa amistad: lo profundo, lo cándido,
lo íntimo del diálogo que mantuvieron separados fue igual al
intercambio personal que mantenían cuando coincidían en cualquiera
de
los sitios en que ambos vivieron durante su continuo errar por
diversos continentes y países.
Nuestro
propósito es presentar este fascinante epistolario en orden
cronológico, a fin de seguir estas dos vidas paso a paso siempre que
estuvieron separados, pues cuando estaban en el mismo lugar no había
correspondencia y tenemos que imaginarnos el curso que seguiría su
diálogo.
Las
personalidades de ambos se delinean admirablemente a través de sus
cartas, y bien se puede palpar el ambiente literario, político y
social del México de su época juvenil, y más tarde su ambiente en
España, Estados Unidos y, finalmente, en la América Latina en
general y La Argentina en particular, sitios todos donde vivieron uno
u otro, o ambos al mismo tiempo.
En
los primeros tiempos de su amistad don Pedro era, al llegar a México,
ya un joven de marcada cultura, habiendo vivido y escrito en su Santo
Domingo natal, en New York y en La Habana. Don Alfonso, por el
contrario, era cuatro o cinco años más joven y
lo adoptó como su protegido. Así se estableció ese lazo de íntima
amistad entre ellos que duró toda la vida.
En
las cartas de esa primera época aparecen repetidas veces los nombres
de los compañeros del grupo literario que se unió alrededor de
Pedro. También aparecen las diversas actividades y múltiples
inquietudes de los mismos.
Cuando
la situación política en México los obligó a salir del país,
Alfonso se fue a Europa y Pedro acabó por irse a los Estados Unidos.
Durante el año de 1914 su correspondencia fue más que nunca
voluminosa. Hacia 1917 pudieron juntarse nuevamente cuando don Pedro
pasó el verano en Madrid con don Alfonso, y más tarde, del 1919 al
1920, vivió don Pedro en Madrid. Después
pasó mucho tiempo para que volvieran a juntarse, pero siempre les
unió su nutrida correspondencia.
Muchos
años más tarde, cuando don Alfonso era Embajador de México en
Buenos Aires, se juntaban con frecuencia él y don Pedro con el
filósofo argentino Francisco Romero, y esa trilogía de pensadores
sostenían un seminario sobre el presente y el futuro de
Hispano-América, fue la preocupación suprema de Pedro Henríquez
Ureña.
Seguiremos,
leyendo este epistolario, las carreras de estos dos hombres paso a
paso, sus carreras y también sus vidas: sus intimidades, y también
sus luchas por el triunfo en la carrera literaria.
Juan
Jacobo de Lara.
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