En Escalera para Electra la violencia es regularmente ejecutada a través del hombre, pero el origen de la acción reside en la partícula femenina; no como signo de negatividad sino de control y poder. El varón que construye Helene cuenta con las cualidades asociadas al pater familias caribeño: Don Plácido es un criollo de guayaberas almidonadas, bota lustrada y sombreros de delicada paja; su afán se divide entre finas cabalgaduras y gallos de pelea. Cuando lo describe, la biógrafa no profundiza en sus intereses; lo moldea a la imagen del hacendado típico. La contraparte masculina de este prototipo es Chano, trabajador de origen humilde en quien se resumen la sagacidad y el servilismo: “PARRAFO INTERCALADO Sobre el campesino de Dominicana, que aun vive en servidumbre, pesan las más crudas ironías: injusticia de la justicia”. El muchacho es parte de la peonada que labora en la plantación de tabaco rubio perteneciente a la mujer de Plácido, quien es a su vez motivo de tensión entre los hombres y contraparte de Swain, de quien es madre y rival. Adelanto aquí que la tirria entre hija y madre es la línea que atraviesa la novela.
En un estudio sobre las identidades sexuales en Escalera, Lorna V. Williams destaca el que la madre de Swain permanezca sin nombre en la primera parte de la trama; a este personaje no se le asigna valor onomástico y es referido mediante convenciones de lo femenino1. Aída plantea de este modo el carácter totalizador de los personajes; si bien sus acciones se determinan bajo signos específicos (violencia-sexualidad) su contextura engloba circunstancias habituales, universales para dominicanas y dominicanos. En principio, la ausencia de un nombre propio para la mujer en un texto donde los nombres han probado ser relevantes, es una de las muchas formas utilizadas por la autora para describir la apatía hacia lo femenino y su participación en los procesos culturales, políticos y sociales en Dominicana. Es cierto que desde la primera década del trujillato el feminismo propuso un vuelco histórico al conseguir el derecho al voto2, pero una mirada al canon literario revela inconsistencias y desequilibrios entre mujeres y hombres, tanto en la cantidad (no nivel) de publicaciones como en su estudio crítico.
En Escalera estas incongruencias se reúnen alrededor de Plácido y su carácter abusivo. La desgracia que funciona como elemento justiciero viene dada por un mandato pagano, un deus ex machina3 pensado por la mujer: Plácido aniquila a Chano por un impulso egoísta ya que hasta el supuesto adulterio, la esposa no pasaba de ser una fuente de beneficio; Helene dice que el hombre se casó “para vivir de las tierras y en la casa heredadas por ella (…) Ella quedaba sola en la finca. En la casa. En la cama. Noches enteras entre viejas sábanas caladas”. Esta visión de los hechos busca otorgar sentido a un acto de infidelidad que no queda aclarado del todo en la trama. Es el fantasma de la duda que hace de las maniobras de Plácido actos irracionales.
Del ultraje en forma de indiferencia: “La despreciaba como hembra. Resignada, y con una pena nunca expresada, hasta su propio sexo se anulaba”, el marido pasa al macheteo de Chano y a controlar la hacienda; encierra a la mujer y toma posesión de la casa y el trabajo. Procede a desterrar a los herederos Ramón César y Norberto, hermanos de Swain y probables hijos de Chano. Todo este patético episodio, explica Helene, es el escalamiento de una violencia que nace del supuesto pecado cometido por la mujer.
Con un fajo de billetes Plácido resuelve el asunto del asesinato. Así aparece El Gago, otro campesino. El Gago es uno de los pocos testigos del crimen, pero no puede producir una verdad completa, tanto por miedo y decepción como por su impedimento lingüístico; a la vez, El Gago es símil de la incesante repetición de los errores en los hombres y su imposibilidad de componer un lenguaje concreto. Esta novela la cuentan las mujeres.
Por último, Helene aprovecha el personaje para alumbrar con poesía el trance funesto: al construir una escena desde las cenizas del lar materno de El Gago, se dice que,
Desde su ventana podía contemplar en los amaneceres las nubes bajas que copaban el valle en invierno: contar los bloques alineados de los poblados que estaban abajo, y excitarse con la presencia de las amapolas, porque pisar sus flores justificaba la preñez de las muchachas. Todo su mundo anterior se derrumbaba sin el bohío.
En la mujer se reflejan el abuso hecho indiferencia y el maltrato físico-verbal; desde ahí se asciende a la figuración de lo sexual y las constantes coincidencias entre la violencia de los personajes y sus reflexiones en la sociedad. La mujer se duele por la muerte de Chano y muestra este sufrimiento sin pudor. La hombría de Plácido se ve amenazada y ejerce la disciplina pero la cura resulta peor que la enfermedad. Al no poder controlar las formas del luto, encierra a la mujer. El llanto desespera al energúmeno; tanto, que le empuja a exagerar el gesto malvado: aprieta un caño de pistola en la cabeza de la “miserable”, la insulta, la rebaja. Ante la resistencia de la hembra, Plácido procede al estupro, símbolo que dispone la violencia hacia el cuerpo sexual y lo compara al cuerpo de la nación. Aquí debo aclarar que aunque Plácido no es un elemento foráneo, sus actos criminales pueden compararse con el abuso de los dictadores nacionales y como se ha visto anteriormente las dictaduras de Trujillo y Balaguer encuentran raíz y sustento en la influencia norteamericana.
Rey Andújar
Muy buen análisis. Necesario para la comprensión de este experimental libro dominicano. Gracias por el aporte.
ResponderEliminarquien es el protagonista??
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