EL
OJO DEL ARUSPlCE
o la
suerte de la muerte.
(Fragmento)
La
espera del arúspice es la espera del poema. En poesía -como en la
vida -la muerte es siempre esa otra zona que se mira como por
inversión- lo otro, el fondo del espejo-: vida invertida, la muerte
no escapa al dualismo natural que pretende siempre instituirse en
lógica. La muerte deviene así la novida.
Una
primera lectura de los poemas de José Mármol muestra cómo queda en
ellos retratada la muerte en su aspecto más crucial o visible: la
des-composición de los cuerpos, es decir, huesos, carnes rotas, ojos
desorbitados, todas las zonas físicas que entran en el poema como
elementos codificadores de una muerte invocada. Pero esa mirada a la
muerte o a lo muerto se invierte en el poema, y lo visto no es ya la
muerte ( o la vida) en el espejo invertido del no-ser. Llamar a la
muerte es y ha sido siempre, reconocer y afirmar la vida, desde las
fórmulas nigromantes hasta la poesía hermética. Góngora lo hizo
cuando fue su turno. Para él -y creo que para todo hombre
renacentista- el ideal de lo vital, de la vida, era la permanencia
(¿inmortalidad?) de lo vivo sobre lo muerto.
Mármol
logra extender la mirada de la muerte hasta casi producir dos líneas
visuales asintomáticas de la vida, un paralelismo en el cual ambas
líneas (la vida y la muerte) se reflejan sin interceptarse (de nuevo
la metáfora del espejo).
G.e.
Manuel,
Marzo
3, 1984
El
Ojo del Arúspice de José Mármol constituye el principio de una
nueva órbita textual, donde la muerte como temática medular es el
mito de la imagen que no es más que la vida misma.
Mito
transubstanciado a través de un discurso que diseca el cuerpo del
poeta como pensamiento, para dejarlo fluir en un vitalismo unas veces
fenómenólogico y otras existencia que destruye lo tempo-espacial
del ser. Las nuevas visiones, las presencias extrañas, los hallazgos
rítmicos y sintácticos y las revelaciones místicas que dimanan de
los símbolos incorpóreos e inexplicables, pero susceptibles de
placer en sus formas expresivas, son con todo su saber la inocencia
del genio poético, la liberación más radicalmente antidogmática
del ser y la disolución de la realidad objetiva y evidente, creando
así otro ámbito subjetivo que como epifanía deviene al nombre
contradicción en el encuentro mítico consigo mismo.
Por
eso la la ingenuidad en esta poética, es filosofía que empuja la
poesía al naufragio continuo para de allí mismo mostrar las
entrañas de la imagen como experiencia de límite, donde el poeta es
indefectiblemente una fatalidad cotidiana.
Plinio
Chahín
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