En
la presente ANTOLOGIA CLASICA DE LA LITERATURA ARGENTINA se aspira a
ofrecer a los lectores una noción sintética de lo que fue la obra
de los escritores y poetas del pasado definitivamente concluso: el
título imponía limitaciones, y pensamos que sólo debería abarcar
la extensión de tiempo que va desde los comienzo de la cultura de
tipo occidental en el Río de la Plata, en el siglo XVI, hasta el
final del período de organización de la Argentina moderna, en la
década de 1880 a 1890. De los treinta y cinco autores que
constituyen el conjunto, once alcanzaron el siglo XX; pero es
significativo que cuanto escribieron todavía en nuestro siglo mire
en general hacia el pasado: o es historia o son recuerdos
personales.
No
incluimos, pues, escritores nacidos después de 1850 o 1851: la
generación de Joaquín González, de Ernesto Quesada, de Alejandro
Korn, de Roberto Paurò, pertenece de lleno a la Argentina actual,
muchos de ellos acaban de desaparecer, unos pocos viven todavía.
Hoy
honda diferencia entre la literatura argentina de aquel pasado y la
que comienza después de 1880. Los nuevos viven ya en una sociedad
organizada, con perspectivas de estabilidad próspera: las
instituciones de la noción, recientísimas como eran, habían
adquirido solidez gracias a la energía moral y el vigor intelectual
de sus creadores y sostenedores. Los pensadores pueden ya moverse, si
lo desean, en el campo de la teoría pura; el artista puede, si lo
desea, aislarse en la torre de marfil. Pero los hombres de la época
anterior, desde la Revolución de Mayo hasta la conquista del
desierto y la federalización de Buenos Aires, tenían que poner a
prueba sus teorías en la acción; tenían que vivir la filosofía
que profesaran; la literatura intervenía en las contiendas
políticas. Eso da a la obra de aquellos escritores, desde Funes y
Monteagudo hasta Avellaneda y Estrada, extraordinaria fuerza vital.
Nuestra
antología, creemos, presenta el cuadro de la sociedad del pasado,
con su inquietud constante, con sus aspiraciones y desfallecimientos:
en ella domina, al fin, la fe en el porvenir de la patria, en el
trabajo del bien y de la justicia sobre la tierra argentina.
Como
los prosistas aquí representados son, por lo común, autores de
obras extensas a representarlos en todos sus aspectos; hemos
procurado, eso si, que estén representados aspectos
característicos: en lo posible, los mejores. Y hemos evitado las
páginas demasiado conocidas, aunque sean magníficas: así,
deliberadamente, omitimos El hogar paterno, y El rastreador, y El
baquiano, entre las de Sarmiento.
Hemos buscado, para cada obra, la edición más autorizada, a fin de
respeta las palabras auténticas del autor, muchas veces estragadas
en las reimpresiones corrientes. Todo corte en el texto transcrito se
señala con puntos suspensivos. Cuando para comprensión de algún
pasaje es necesario intercalar una o más palabras, va indicado entre
paréntesis angulares.
Todos
los autores que aparecen en la antología son conocidos como
escritores, a excepciones de María Sánchez, admirable mujer que en
sus cartas supo revelar con expresión vivaz su espíritu siempre
activo y generoso. Creemos que su presencia completa el cuadro de la
vida argentina del pasado. Se ha dicho que su voluminoso epistolario,
cuando se publique, será porción significativa de la literatura
argentina; lamentamos no haber tenido a mano otros materiales que los
pocos ya impresos.
Figuran
en la colección dos autores nacidos en territorios vecinos, pero en
épocas en que la unidad del Río de la Plata era completa: Ruy Diaz
de Guzmán y Bartolomé Hidalgo. Uno y otro están íntimamente
ligados a la vida argentina. Lo está, igualmente, Croussac. Y lo
está, por fin, Hudson, a quien sólo aleja de nosotros el idioma que
escogió para expresarse.
Pedro Henríquez Ureña – Jorge Luis Borges.
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