Escribir o inquirir la verdad acerca del Pater Noster nacional puede
considerarse una herejía en el país que él ideó. Juan Pablo
Duarte, perseguido, repudiado, vejado, vilipendiado, amenazado con
ser pasado por las armas, condenado como traidor a la Patria,
advertido, conminado, execrado, desterrado, olvidado, aún no ha sido
comprendido y desentrañado por los dominicanos. Se fabula sobre él
y se llega a tratar como un ser abstracto, etéreo, asexuado, célibe,
estéril, indiferente ante las pasiones humanas; como un santo de
altar. Hasta se ha comparado a nuestro Apóstol con el Mártir del
Gólgota. Se ha llegado al colmo de negar que alguna vez conociera
mujer y se asegura que no tuvo descendencia porque faltan documentos
probatorios, ignorando expresamente que sus documentos personales
fueron incinerados por un pariente cercano y los que aparecieron
fueron manipulados por manos extrañas. No se ponen de acuerdo.
Muchos que hacen alarde de ser fieles duartianos son, en el fondo de
su alma y, en efecto, verdaderos santanistas.
Para no «pasar por la molestia» de asumir al auténtico Duarte
–quien es la piedra moral en el camino de los orcopolitas– los
intelectuales comprometidos tratan de exaltarlo hipócritamente en
aspectos baladíes o de escaso significado. Apenas mencionan el
verdadero leitmotiv de su existencia. Fantasean acerca de su
fisonomía, del perfil de su nariz, del color de sus ojos, la forma
de su pelo; sobre una supuesta fortuna en Venezuela. Se mofan de su
afán libertario perenne, pretendiendo ridiculizarlo como un simple
sueño.
No obstante, raramente mencionan su constante obsesión de que la
patria fuese soberana, libre de dominio extranjero y de la ambición
de los traidores, quienes, desde siempre y aún hoy, pululan en ella.
Hacen abstracción de su acendrado antiimperialismo, de su afán de
que nuestro territorio no fuese hollado, dominado, vendido,
«protegido», anexado, abusado o destruido por fuerzas extrañas o
grupos privilegiados. No se hace referencia a la profecía duartiana,
empeño de toda su vida, de que se hundiría la Isla de no eliminarse
las sabandijas que destruyen el país.
El Duarte auténtico debe ser plenamente conocido y reverenciado. El
pueblo dominicano –poseedor de una intríseca vocación y voluntad
libertaria– no merece una caricatura de su progenitor. La polémica
histórica dominicana. Nuestra nación se caracteriza por tener una
población en extremo paciente y tolerante. Un indicador de ello es
que, durante toda nuestra historia como nación, hemos sufrido
prolongados períodos bajo la férula de gobiernos despóticos e
intervenciones u ocupaciones militares por potencias foráneas, cuya
despiadada crueldad hemos soportado estoicamente. Hasta que, un buen
día, un sector del pueblo dice «ya basta». Y entonces, de alguna
manera –hartas veces heroicamente– somos de nuevo libres.
Desaparecen por un tiempo esas férulas y disfrutamos de un respiro.
Luego, sobreviene otro período de mano fuerte, traición y
sometimiento. Y así, sucesivamente...
Mientras tanto, el sector letrado se solaza con polémicas históricas
protagonizadas por gladiadores de altos kilates. Recordamos el
intercambio intelectual entre dos gigantes: Manuel de Jesús Galván,
autor de nuestra primera novela cumbre, Enriquillo, y el Historiador
Nacional José Gabriel García, quienes entre 1889 y 1890 sostuvieron
un enriquecedor encuentro epistolar acerca de las bondades e
inconvenientes de la ignominiosa anexión a España que gestionó y
obtuvo el general Pedro Santana, primer dictador criollo. Todos
conocemos el desenlace de esa entrega de la Patria: La gloriosa
Guerra de la Restauración y el comienzo de la Segunda República.
Durante la tiranía de Ulises Heureaux hubo discusiones sobre quién
es el verdadero Padre de la Patria: Juan Pablo Duarte o Francisco del
Rosario Sánchez. El asunto se resolvió de manera salomónica,
aunque arbitraria e ilógica. El tirano Lilís sentenció: “no me meneen los altares,
que se me caen los santos» (sic), dictaminando que nuestros
progenitores eran tres, en lugar de uno. Había creado una trilogía
de patricios, siendo el tercer miembro el héroe del trabucazo del 27
de Febrero de 1844, el general Matías Ramón Mella. Desde entonces,
la sociedad dominicana y los gobiernos subsiguientes han acatado ese
úcase avalado por un congreso sumiso. La búsqueda de la solución
sobre nuestra paternidad se revivió cuando, en 1969, el doctor
Carlos Sánchez y Sánchez, bisnieto de Francisco del Rosario
Sánchez, y un admirador del Mártir del Cercado, el licenciado Ramón
Lugo Lovatón, autor de una voluminosa biografía del heroico
personaje, removieron el asunto al responder acremente al doctor Juan
Isidro Jimenes Grullón, político y sesudo analista, quien había
tildado de «traidores» a dos de los alegados patricios, iniciándose
un candente debate epistolar recogido por el periódico El Nacional
de ¡Ahora! y la ejemplar revista ¡Ahora! El debate fue suspendido
provisionalmente por el médico polemista Jimenes Grullón con la
publicación de su libro El mito de los Padres de la Patria, editado
en dos ocasiones por la Editora Cultural Dominicana, y que fuera
acompañado por un juicioso prólogo presentado por el abogado e
historiador Julio Genaro Campillo Pérez. Ambas ediciones se agotaron
de inmediato, y no existen al día de hoy ejemplares en circulación.
Acogiendo insistentes solicitudes, el Archivo General de la Nación
ha hecho el inteligente esfuerzo de poner, de nuevo sobre el tapete,
el tema de ¿quién es el verdadero Padre de la Patria? Para que la
presente generación de dominicanos pueda aquilatar los alcances y
proyecciones de este apasionante asunto. El volumen que presentamos
hoy incluye una reedición de El mito de los Padres de la Patria, de
Juan Isidro Jimenes Grullón, y un apéndice que compendia los
debates y opiniones de valiosos eruditos. Reaparecen los argumentos
presentados por los mencionados admiradores de Sánchez y otros preparados por el profesor Juan Bosch,
el licenciado Víctor Garrido Puello, don Máximo Coiscou Henríquez
y Oscar Gil Díaz. Es significativo el hecho de que los participantes
en esta discusión epistolar han fallecido lamentablemente, a
excepción de don Ismael Hernández Flores, profesor universitario,
quien en dos breves ensayos resumió magistralmente el alcance y la
proyección de la polémica.
En esta reedición de Los mitos de los Padres de la Patria se ha
actualizado la estructura de la publicación original, aun cuando en
la transcripción de los textos se han respetado los diversos estilos
de los autores. Hemos incluido, además, la «Presentación del
autor», del Dr. Vetilio Alfau Durán, aparecida en la segunda edición.
Rendimos tributo de agradecimiento a todos ellos por habernos
favorecido con sus valiosas opiniones y datos que enriquecen el
importante tema sobre nuestro origen como nación. También
reconocemos en su justo valor a la extinta Editorial Ahora, por
habernos permitido la materialización de esta presentación.
Antonio Thomén
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