Escribí
bajo cielo fronterizo, en soledad. Sin darme cuenta; yo estaba
exiliado. Evidentemente. en aquel yermo. era un preso más. sin ser
preso. En medio de la noche oía el aullido interminable de los
perros vagabundos, leves como hojas secas, hambrientos. elásticos
como las sogas de la hacienda. Escribía furtivamente mientras la
aldea dormía. Y en aquel meandro profundo del silencio yo pensaba en
mi triste destino: condenado a soledad. Lo mismo que mi generación.
penitenciada a la esterilidad. Salía del bohío, en la noche. a
contemplar las estrellas de la noche fronteriza. ¡Bellas estrellas!
Entonces el cielo denso. compactado, bajo. parecía darme en el
rostro.
Intimamente
venía a mi mente una palabra: soledad. Aquella palabra se llenaba de
horror.
Tiranía
es todo esto. La tiranía tiene el rostro como el de las estatuas: no
ríe. La tiranía acogota con su mirada amarilla, peligrosa. (Cada
vez que escribía, veía sobre mis pliegos furtivos los ojos
amarillos de la tiranía). La tiranía es el tirano y todos los que
no son el tirano. La tiranía es Don Panchito el Matón -aquél que
agonizara catorce noches. cantando como gallo, croando como rana,
roncando como cerdo. También, el cabo Sugilio: manos de tenazas,
ojos profundos de animal de presa, actitud de leopardo. Don Panchito
el Matón y el Cabo Sugilio estarían en todas partes. ¿No
asecharían mi libro? ¿No espiarían mis pliegos? .. Ah. no! Don
Panchito no sabe leer! Tampoco sabe el cabo Sugilio! Puedo escribir,
tranquilo, en la noche!
Al
cabo de mis sufrimientos, estaba escrito el libro. Si caía en manos
de la policía secreta, habría sido sentenciado a muerte. El peligro
hizo de mí y del libro dos personajes oprimidos. Un día me fugué
del poblado. A partir de esa fecha el libro asumió su propia
biografía. En la biografía del libro están la historia del Doctor
M. y del Padre Oscar. A este último merecen estar vivas estas
páginas. Yo también le debo la vida. Trazaré brevemente la
historia del Doctor y del Padre Oscar. El Doctor era cifra de
sabiduría y de vibración humana. Profundo conocedor de esta isla
mágica. de sus ríos, de sus montes, de su historia, de sus hombres.
Podía hablar largas horas acerca del hombre dominicano desde el
desembarco de Colón en "La [sabela". También podía
explicar todas la especies de insectos, de aves y peces de la Isla.
Conversador exquisito: violento, taumaturgo, un Quijote mulato. A
ratos parecía un desquiciado. Siempre genial y valiente. Su cátedra
de Medicina, en la Universidad, atraía a todos los alunmos. aun los
de las otras disciplinas. La cátedra del Doctor. al atardecer, dicha
como en soliloquio, en bqja voz. a veces como aguacero lento, y
otras, como una cascada salvqje. congregaba a los estudiantes de
derecho. Sus digresiones. Para ambientar temas. eran maravillosas.
¡Vaya un hombre genial! Cirujano famoso, clínico, botánico,
novelista, hablista, investigador, "Causseur". Se asfixiaba
en el ambiente tóxico de la tiranía. Sospechoso al fin para la
dictadura. creíamos que en cualquier momento un asesino pagado,
irresponsablemente afavor de noche e impunidad. le arrancaría la
vida al salir de la cátedra o en cualquier
esquina.
Yo le había facilitado los originales del libro. Los recibió como
una prenda. ávido de devorar el garabateado texto. Le expresé que
yo debía antes copiarlo para que pudiese leerlo con más facilidad.
DYo que no. Deseaba leerlo tal como saliera de mi pensamiento.
En
las afueras de la capital. en su oficina privada. El Doctor leía
entusiasmado el manuscrito. A veces suspendía la lectura y hablaba
solo. como discutiendo. con detonantes interjecciones. -Diabloooo!...
-gritaba-o -Maldito país!... No!No! Malditos poliiicost, porque este
es un pobre país ignorante y castigado por el hambre! -Horror!
Horror! ¿Es que tenemos que cobrar deudas de sangre. también con
sangre? .. No! Pese a sus crímenes del siglo pasado. los haitianos
son nuestros más desgraciados hermanos. más desgraciados que
nosotros!
-Maldita
dictadura. que destruye los caracteres y envilece los hombres!
Maldita dictadura!...
Súbitamente
callaba y daba pasos en redondo. acomodando los quevedos y enarcando
sus bigotes agudos. Mientras tanto, caía la noche. Oíanse las
cigarras. Y lejanas, las voces de arrieros nocturnos. conductores de
recuas con carbón vegetal. A veces se colaba por la ventana alta.
mientras leía. un pedazo de merengue vagabundo o un trémolo lejano
y diluído de tambores en la medianoche. El Doctor suspendía la
lectura en que estaba inmerso. Y decía:
-Síl...
Sí/... pobrecillos de nosotros!... pobrecillos! Eso somos!... Ron.
tambora. merengue... y dictadores!... ¿Para qué valen estas noches
tan azules, estas estrellas tan brillantes, este olor de la noche,
tan profundo como el ladrido del perro del campo? Toda esta belleza?
¿Para qué? .. Para contemplar la barbarie!... Ah!... sí/... Los
haitianos!… pobrecitos ... Necesitan sanidad, comida. Educación…
¿salvajes? .. Tanto como nosotros! Y parecía gritar.
Fragmento
del prólogo: Freddy Prestol Castillo
Obrigado!
ResponderEliminarGracias
ResponderEliminarExcelente libro para nuestra cultura
ResponderEliminarMe encanto el libro muchas gracias
ResponderEliminarNo esta mal pero tiene unas cuantas faltas de ortigafía nada del otro mundo.
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