Cuando
Eugenio María de Hostos llegó a Santo Domingo en el vapor
‘‘Pomarrosa’’ en marzo de 1879, Gregorio Luperón y distintas
personalidades liberales habían ideado ya las iniciativas para
impulsar un sistema de educación pública que contribuyera a la
instrucción general de la nación en formación.
Algo
muy propio de la visión ilustrada del progreso fue la gran
coincidencia en atribuir un sitial preponderante a la educación. El
esfuerzo educativo, requerido con urgencia, no consistía solamente
en elevar los conocimientos sino en provocar, como se lee en El Eco
de la Opinión del 23 de marzo de 1879, un cambio radical en los
valores y comportamientos, bajo el alegato de que un pueblo ignorante
se convertía en presa fácil de los jefezuelos animados por
intereses personales y terminaba arrastrado por las luchas civiles.
Además, muchos intelectuales estaban convencidos de que el pueblo
sumido en la ignorancia no poseía las pautas de comportamiento y
conocimientos útiles para convertirse en un factor de su propia
prosperidad.
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